Una
caída a plomo desde el muro
Comentario a Pabellón Alesi, de Santiago Matías,
premio de poesía “Laura Méndez de
Cuenca”.
Gobierno del Estado de México, 2020; 92
pp.
La estructura de todo libro es una
cruz de altura y horizonte. Al pasar de una página a otra se construye el plano
horizontal. Al contrario, la lectura de cada página implica internarse por el
eje vertical. Cuando es determinada por el verso, la horizontal es cortada a
plomo; nos hace descender como una piedra en un pozo —o como un cuerpo desde
altas paredes. Cuando se trata del movimiento del poema, de la conciencia y del
espíritu, dicha caída merece el nombre de Catábasis
—descenso a lo profundo. Sin
embargo, en el poema, caer es profundizar. Esa es la implicación del «instante poético» de
Bachelard, eso que llama «metafísica concreta»: una súbita toma de conciencia,
un caer en cuenta —repentino,
erizante— que llamamos poesía.
Al leer —y
releer— Pabellón Alesi me venía a la
mente esta simbólica de la catábasis, descensus
ad inferos que a veces hace posible la escritura. Caída súbita, peregrinaje
en vertical desde lo alto de un muro, quizá de piedra, quizá hecho de palabras.
Por ello arquitectura, por ello altura y precipicio.
*
El libro de Santiago Matías se compone
de cinco secciones, antecedidas por un “Atrio”, sugiriendo la entrada a un espacio
arquitectónico; como si la naturaleza diacrónica del libro fuera modificada por
las determinaciones del espacio y su régimen sincrónico. Como el atrio de una
casa, de un hospital o de un templo, se está ahí en una especie de intimidad a la intemperie que anega el
interior del libro. En este patio de entrada se encuentra otro elemento
arquitectónico, el Muro Torto, alta y sombría tapia romana. Arriba del muro —y
ya cayendo— está Eros Alesi, poeta maldito, fugitivo y fugaz, adicto a las
drogas, entregado a los brazos de su Mamá
Morfina. Alesi, nos dice el autor, murió a los diecinueve años al arrojarse
desde el Muro Torto, destino final para proscritos, prostitutas y suicidas.
Eros Alesi se arrojó desde lo alto del Muro a los diecinueve años para
encontrar así, en el acto, destino para su sepulcro; como quien se precipita de
cabeza hacia su propia tumba. El suceso de la caída de Alesi se despliega en el
resto del libro, como si fuera ese instante, esa verticalidad de plomo, el eje
fatal y rector de la vida del poeta y de su Pabellón.
Así, Santiago Matías une desde el inicio el fondo con la forma.
*
Imagen de la caída, desplome de una
existencia. Vertical descendente: sincronía y desplome. Según el epígrafe de la
primera sección —“Fábula rasa”—, tomado de unos versos de Alesi: “(Quién sabe!
Después de tanta sangre coagulada / habré de caer en la máquina
destructo-creativa del universo)”.
En el arte la forma engendra el contenido —algo
así afirma Paz en su lúcida aproximación a Duchamp. Creo que el movimiento
también puede venir desde el otro extremo. Quizá nacen los dos al mismo tiempo,
uno cae en el otro, sin que podamos determinar qué es yace en lo más alto, que
es el depósito que aguarda en lo más bajo. Como pregunta la voz que interpela a
Alesi en “Muro Torto”: “tú que en todas las nubes / y yo que en solo los
reflejos/ tú que entraste volando /
Alesi / Eros / dinos / dinos que pasa
allá arriba.”
No sabremos que
contestará el poeta suicida, pero el poema dice que sólo allá arriba se
encuentra la requerida vertical para toda caída necesaria.
*
Pleno en sus intertextos, el libro
de Matías va sobreponiendo a Alesi otros perfiles, como el de Giorgio de
Chirico, el de Cesare Pavese y el de José Carlos Becerra, que encuentran
también, cada quien a su modo, fatalidad vertical en el espacio italiano —De
Chirico en Roma, Pavese en Turín, Becerra en Brindisi. También se van sobreponiendo
múltiples ecos de manera espacial, arquitectónica, la cámara de la mente, por ejemplo, en el “Diagnóstico de la hormiga”,
en que se alude al otro edificio, el psiquiátrico, en que fue internado a la
fuerza Alesi: “No distingo si esto es un recuerdo/ o un síntoma / ¿cómo llegué
aquí?/ ¿qué es esta insuficiencia, esta coloración baldía?// Dan ganas de
enfilar el salto/ de abolir el lenguaje con las células de otro nuevo / ser”.
Aquí, como en otros poemas, se realiza la sincronía que señala Bachelard: ya desde
el hospital, Alesi está en lo alto del muro, ya en lo alto del muro está
cayendo.
El
autor se mueve en un complejo entramo intertextual, resolviéndolo con claridad
en la idea y precisión en el aliento. Como si fuera él mismo uno de los pájaros
de vidrio que atraviesan las varias habitaciones de su pabellón.
Un
pájaro de vidrio
un
frasco de clonazepam
una
vieja cuchara de zinc
una
geoda
Entre
todas ellas
las
virutas
los
restos de mi nombre (…)
*
Si hay una caída, hay también un
movimiento ascendente, una Anábasis. La
elevación en Pabellón Alesi está
simbolizada por los garfios —las mismas palabras-garfio de José Carlos Becerra.
Los afilados ganchos de la forma con que el autor erige el libro. Así los
soliloquios, el fragmentado (y farmacológico) discurso mental, las estampas de
viaje, son distintos recursos que conducen a la misma perspectiva descendete,
como si fuera todo el libro una especie de caleidoscopio abisal.
¿Qué hay en la
altura? ¿Qué hay en la caída? Restos del nombre. Nada sino los nombres nos llevan
tan arriba, nos empujan y nos hacen caer. Los restos del poema son nombres ya
desechos, caídos uno a uno en el vacío. Al pie del alto Muro Torto no queda
ningún cuerpo, solo pedacería.
Palabras estrelladas contra el fondo sin fondo de la página. Pabellón Alesi de Santiago Matías
realiza con sobriedad y tensión esta catábasis
del verso en que se puede realizar la altura del poema.
—Javier
Acosta.
Abril
de 2020.
(Publicado en Luvina en 2021)